martes, 21 de octubre de 2014

Leyendas I

Amarca, Doncella de Icod


En viejos romances canarios corría de boca en boca la triste historia de Amarca, la celebrada doncella indígena. Tan gallarda era su figura, tan peregrina su belleza que llegó a ser envidiada de todas las doncellas. Tenía su morada en las bellas alturas de Icod. Su rústico albergue parecía como un nidal colgado en las crestas de la montaña, para sustraerse a las miradas y a la ambiciones esas aves rapaces, embaucadoras, que se llevan a las muchachas guapas.
Hasta el rústico hogar de la doncella llegó un día Pelicar, el último Mencey, Rey y señor de estos dominios de Icod y quedóse atónito y deslumbrado ante la extraordinaria belleza de la joven. Desde aquel día memorable acrecentóse su fama y corrió como fausta noticia por todo el Menceyato. Una condición tenía la moza que contrastaba con lo humilde de su linaje: su natural altivo y desdeñoso.

Amarca veíase continuamente asediada de amores por muchísimos hombres y otras tantas sembró el dolor y la decepción en sus amantes. -¿A quién amará Amarca?, preguntabánse intrigada los zagales. ¿Para quién será el corazón de aquella belleza hija del Teide?. Guarecida a las faldas del coloso siempre entre las nieves.

Lo Sorprendente nueva no se hizo esperar mucho tiempo. Uno de los más aguerridos vasallos del Reino, Garigaiga, el pastor, había enloquecido por Amarca. Ella esquivaba su cariño; repudiaba su pasión local, desenfrenada. Repelía al hijo del Volcán, el de la tez hirauta y morena y los brazos recios como robles.

Enloquecido por el dolor de verse desdeñado, una tarde mientras los horizontes teñíanse de sangre y el sol moribundo plateaba las aguas del Océano como un riera de luna en una noche de misterio, vióse que Garigaiga, en el borde de un alto precipicio, agitaba sus brazos como banderas en la premura. Vióse arquear el cuerpo hacia delante, hundir la cabeza sobre el pecho y partir veloz hacia el abismo. La noticia del trágico suceso no tardó en extenderse por todas partes. Las mujeres, culpaban su egoísmo, y a sus desdenes atribuían la muerte del pastor.

De pronto Amarca desapareció, nadie sabía cual había sido el destino de la doncella. Sólo un anciano que una mañana la había visto descender de las cumbres y caminar como una sonámbula hasta las orillas del mar, hallábase en posesión del secreto. Qué no la buscasen, más parecía decir sus labios fríos y trémulos plegados para siempre y el anciano aquél lo contó todo. Una semana al brillar los primeros destellos del sol, vio que Amarca se arrojaba al abismo, y después de luchar con el bravo oleaje, llevábasela mar adentro una ola alegre y corretona como un niño.


Era la época del Beñesmen, de la sazón y de la riqueza de las mieses, eran los días de placidez y de luz, y todo sumióse en sombras y lágrimas... Amarca había aparecido muerta sobre las arenas de la playa, la habían matado un remordimiento muy hondo. El Mencey Pelicar mandó que se cantasen tristes endechas; que se encendiesen luminarias en los cerros, y que los más fornidos mozos, como real costumbre en los días aciagos, azotasen con sus varas las aguas del mar. Mandó también que se ungiese su cuerpo con los más olorosos perfumes, que no en vano era la flor más preciada de la comarca.

Al cabo de los años cuando algún nocturno caminante cruzaba las cumbres del Teide, un lamento extraño escalofriante, deteníale acongojado. Era una voz débil, apagada, dolorida, que se aparecía surgir del fondo del barranco. Era aquel mismo clamor de súplica, de pena, de trágica agonía que tantas veces balbucearan los labios febriles de Garigaiga, el loco: -"Amarca......hermana Amarca".


El Drago de Icod


El Drago de Icod de los Vinos es como un gigantesco dragón, que parece que estuviera vivo. Si se le pincha o hiere enseguida mana una sangre roja, intensa, medicinal. De ahí que se le relacione con el dragón de las múltiples cabezas que custodiaba el Jardín de las Hespérides en la mitología griega.

El Drago de Icod cuenta con algunas leyendas de origen guanche. Además, se dice que bajo este árbol se celebró la última reunión de los cuatro últimos menceyes guanches: Pelicar de Icod, Romen de Daute, Pelinor de Adeje y Adjoña de Abona para acordar ajustar la paz con el Rey de España, con el fin de evita un baño de sangre para su ya castigado pueblo.


Una de las leyendas más importantes sobre el Drago de Icod narra lo siguiente: Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo desembarcó en la playa de San Marcos de Icod un mercader procedente de tierras mediterráneas en busca de “sangre de drago” (Se trataba de la savia de dicho árbol que por aquel entonces era un producto utilizado en algunos productos farmacéuticos). Cuando llegó a la playa sorprendió a unas jovencitas guanches que se bañaban solas en el mar siguiendo el rito tradicional. Inmediatamente comenzó a perseguirlas y logró apoderarse de una de ellas. La joven viéndose capturada intentó cautivar su corazón ofreciéndole manjares de la tierra. El navegante que venía en busca de la “sangre de Drago” y que traía en su imaginación el viejo mito griego de las Hespérides, le pareció que los frutos que le ofrecía la joven eran las míticas manzanas del Jardín de las Hespérides. Mientras comía dando rienda suelta a sus pensamientos, ella aprovechó para escaparse, cruzó el barranco y se refugió en un bosque cercano. El la persiguió, pero de pronto se dio cuenta de que algo se interponía entre él y su presa: era un árbol, que majestuoso meneaba sus ramas como si de espadas se trataran. Su tronco se semejaba a una serpiente y en su interior se ocultaba la doncella guanche. El navegante, asustado, le lanzó al supuesto monstruo una flecha que al clavarse en el árbol hizo que de este brotara sangre líquida de Drago. Confundido y atemorizado huyó despavorido hacia el mar y rápidamente se subió a la barca y y comenzó a alejarse de la costa ya que estaba convencido de que había sorprendido en el jardín a una de las Hespérides a la que salió a defender el mítico Dragón.

Gara y Jonay


-"Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá". Así había hablado Gerían, el viejo que rompía gánigos con la mirada. Gara no supo qué secreto guardaban las palabras del viejo de los ojos poderosos. Estaban próximas las fiestas del Beñesmén. Pronto llegarían a La Gomera desde Tenerife los Menceyes y nobles principales para tomar parte en las celebraciones de la recolección. 
Gara, princesa de Agulo, y las jóvenes gomeras habían acudido donde Los Chorros de Epina para mirar su rostro en el agua. Fue entonces cuando los ojos poderosos del viejo Gerían vieron lo que a ninguna otra mirada se revelaba.: -"La sombra del fuego quema el agua. La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá".

Siete chorros mágicos manaban en Epina. Los siete nacían en siete puntos distintos de los adentros de la isla sin que nadie hubiese descubierto nunca su origen secreto. Siete charcos formaban los siete chorros y siete virtudes ofrecían a los que de ellos bebiesen. Y era costumbre que, cuando llegaban las fiestas del Beñesmén, las jóvenes gomeras juntasen agua de cada uno de los siete chorros en un pequeño estanquillo hecho a base de beas, musgos y yedras. Antes de que el sol rayara, miraban su rostro en el agua y si la imagen era calma y clara, ese año encontrarían pareja, más si el reflejo era turbio o lo empañaban las sombras, la desgracia aguardaba como aguarda sigilosa en su tela la araña.


Gara se había asomado al estanquillo y, al principio, fue nítido y quieto el reflejo de su imagen, pero pronto el líquido se cubrió de sombras y comenzó a agitarse hasta que en vez de su rostro apareció un sol incendiario que cegó el agua dejándola sucia, revuelta y anochecida: -"Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habra de consumirte". Así habló Gerián, el que rompía gánigos con la mirada, el que veía lo que a otros ojos quedaba oculto. Y corrió de boca en boca el augurio. Y calló Gara su temor y su asombro.

Arribaron los Menceyes y nobles de Tenerife a las playas de La Gomera para compartir las fiestas del Beñesmén. Al Mencey de Adeje le acompañaba su hijo Jonay que no tardó en distinguirse en las luchas con los banotes, en la esquiva de guijas, en la alzada de pesos y en las otras competiciones y juegos en que tomaba parte. Gara lo contemplaba. Como acude la sangre a la herida o como el mar refleja el cielo, inevitablemente, se descubrieron y se enlazaron sus miradas. No pudieron impedir que el amor les alcanzase. Así lo hicieron saber a sus padres y así, para añadir más júbilo a la alegría de las fiestas del Beñesmén, fue hecho público su compromiso.

Apenas se propagó la nueva, inesperadamente el mar se pobló de destellos y se cuajó el aire de estampidos y ecos prolongados. Echeyde, el gran volcán de Tenerife, arrojaba lava y fuego por el cráter. Tanta era su furia que desde La Gomera podían divisar las largas lenguas encendidas estirándose desde la cima hacia lo alto. Entonces fue cuando recordaron el augurio del viejo Gerián, el aojador. Gara y Jonay, agua y fuego. Gara era princesa de Agulo, El Lugar Del AguaJonay venía de la Tierra del Fuego, de la Isla del Infierno. No podía ser. El fuego retrocede ante el agua. El agua se consume en el fuego. Gara y Jonay, agua y fuego. Imposible su mezcla imposible la alianza. Las llamaradas que brotaban de la boca de Echeyde lo confirmaban. Aquel amor era imposible. Sólo grandes males podían sucederse si no se separaban. Bajo amenaza, les prohibieron sus padres que volvieran a encontrarse. Su unión quedó maldita.
Calmó su furia Echeyde y de nuevo se encerró el fuego en sus adentros de piedra. Concluyeron las fiestas del Beñesmén y, sin peligro ya en la isla, regresaron a Tenerife los Menceyes y nobles que habían ido a La Gomera. Mas Jonay no podía olvidar a Gara. Un peso infinito, como un quebranto interminable, lo doblegaba y lo desvivía. Necesitaba volver a verla, tenerla a su lado pese a las prohibiciones, pese a la maldición que sobre ellos se cernía. Ató Jonay a su cintura dos vejigas de animal infladas y, al amparo de la noche, se lanzó al mar dispuesto a atravesar la distancia que le separaba de su enamorada. Las vejigas le ayudaban a flotar y, cuando el cansancio rendía sus fuerzas, la imagen de Gara acudía a su memoria dándole ánimos para recobrarse y seguir nadando. Así hasta que, aun dudosa, la luz del alba lo recibió al llegar a las playas de La Gomera.

-"El fuego habrá de consumirte". Eso le había dicho Gerián a Gara. Y un fuego desmesurado la incendió cuando Jonay, escabulléndose y ocultándose, fue a encontrarla y se abrazaron apasionadamente. Escaparon por entre los montes de laurisilva hasta refugiarse en El Cedro. Allí se entregaron al amor y se fundieron sus labios y sus ansias. Más no podía durar mucho aquella pasión furtiva. Lo dijo Gerián cuando el rostro de Gara desapareció del agua de Los Chorros de Epina y en su lugar sólo hubo un resplandor de hoguera sobre el líquido sucio, revuelto y anochecido: -"La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será., lo que ha de suceder ocurrirá".


Enterado el padre de Gara de la huída de su hija con Jonay, dispuso que salieran a perseguirlos. En la cumbre más alta de La Gomera habrían de encontrarlos, estrechamente unidos, amándose. Antes que volver a separarse, antes de que sus perseguidores les prendieran, Garala princesa del Lugar Del Agua, y Jonaypríncipe de la Tierra del Fuego, buscaron la muerte. Afiló Jonay con su tabona los extremos de una recia vara de cedro y la colocó entre su pecho y el de Gara, las puntas hirientes apoyadas sobre sus corazones. Luego, sin decirse nada, mirándose a los ojos, sintiendo como la vara de cedro los traspasaba por el empuje de su violento y desesperado abrazo, quedaron quietamente fundidos. Entonces agua y fuego fueron uno solo en la suma de sus cuerpos.


El Árbol Garoé

-"No hay más agua en la isla que la que destila El Garoé." Así habló el bravo Erese en la asamblea. Tenesedra, su mujer, continuó relatando el plan: -"Si lográramos ocultarlo recubriendo sus ramas, la sed obligaría a los extranjeros a marcharse."

Los extranjeros, al mando de Juan de Bethencourt, habían arribado a la playa de Tecorone una mañana de estío, desplegadas las velas de sus embarcaciones semejando casa blancas en el mar. Cuando Armiche, rey de la isla del Hierro, vio balancearse sobre las aguas los navíos, recordó el antiguo oráculo de Yoñe el agorero: -"Sólo bienes y beneficios traerán los extranjeros, emisarios de Eraoranhan el dios."


Al desembarcar, Juan de Bethencourt envió un mensaje a Armiche para que le transmitiera palabras de protección y amistad. Aquel mensajero era Augeron, el hermano del monarca herreño, que cayó años atrás en manos de aragoneses, fue luego a poder del rey de Castilla y de él pasó a servir a Bethencourt. Apenas se dio a conocer Augeron a su hermano y le declaró su comisión, Armiche, acompañado de ciento once isleños, vino a rendirse y dar muestras de vasallaje al conquistador francés. Mas Erese y Tenesedra, su mujer, y el valiente Guasaguar, y el osado Tincos, y un grupo de fieles amigos no aceptan la sumisión y quieren seguir siendo dueños de su destino. Por eso se han reunido. Por eso cavilan la mejor manera de combatir y rechazar a los invasores: -"Tenemos que ocultar el Árbol Santo. No hay más agua en la isla que la que destila El Garoé."

Era El Garoé único en su especie, sin que hubiera otro árbol semejante en la isla. El tronco tenía de circuito y grosor doce palmos, su ancho sumaba cuatro y el alto cuarenta desde el pie a la mayor altura. Ciento veinte pies de torno contaba la copa en redondo. Las ramas muy extendidas y coposas, muy elevadas de la tierra. su fruta, como bellota con su capillo y fruto como piñón, gustoso al comer, aromático, aunque más blando.


Jamás perdía El Garoé la hoja, similar a la hoja del laurel, aunque más grande y ancha y encorvada, con verdor perpetuo. Y jamás perdía la hoja porque en cuanto se secaba caía pronto quedando siempre la verde. Abrazada al Árbol Santo estaba una zarza que cogía y cerraba muchas de sus ramas. Se hallaba emplazado en el lugar y término al que denominaban Tigulahe que era una cañada que iba por un valle arriba desde el mar a un frontón de risco. Sano, entero y fresco durante años, las hojas de El Garoé destilaban tanta y tan continua agua que bastaba para dar de beber a la isla toda. Más de veinte botas de su agua se recogían cada día.

Y es que todas la mañanas se levantaba del mar una nube o niebla de la más cerca del valle que subía con el viento sur o levante la cañada arriba hasta dar en el fontón del risco. Y como se hallaba allí El Garoé, árbol espeso de muchas y anchas hojas, la nube o niebla se asentaba en él y él la recogía y se iba deshaciendo y destilaba el agua. De aquella fuente prodigiosa proveía la naturaleza a los herreños frente a la sequedad de la tierra: -"Apresurémonos pues a cubrir el Árbol Santo."

Concluyó así la reunión y se aprestaron a llevar a cabo lo acordado. También Agarfa, la de esbelto cuerpo y labios de corinto, colaboró en la faena. El osado Tincos, distinguido en las luchas contra los piratas que arribaban al Hierro para capturar isleños y venderlos como esclavos, amaba a Agarfa intensamente. Mas ella no le correspondía. Cuando se dejaba vencer por la pesadumbre, desganado e inapetente, Tincos pasaba largos ratos sin comer. Y exclamaba suspirando a quienes para evitarle daño intentaban que probase alimento: -"Mimerahaná, ziná zinuhá, ahemen aten haran hua, zu Agarfú finere nuzá." (¿Qué traes? ¿Qué llevas ahí? Pero ¿qué importa la leche, el agua y el pan si Agarfa no quiere mirarme?).

Pero ahora Tincos no cede a la melancolía porque siente próximos los labios de corinto y el esbelto cuerpo de Agarfa. La ve moverse entre los otros, hermosa, volcada en la tarea. Se ocupan de transportar y distribuir gánigos llenos del agua del Árbol Santo de la que harán provisión en sus moradas. En la cañada de TigulaheEl Garoé ya ha quedado oculto a las miradas: -"Si alguien descubre el secreto pagará con la muerte."

Insistentemente los hombres de Juan de Bethencourt indagaban el cielo con la esperanza de ver llegar la lluvia sobre ellos. Sólo el sol respondía a sus miradas. La sed comenzó a pesar en sus ánimos. Habían agotado ya las reservas de agua que trajeron en sus naves. Luego buscaron por todos los rincones de la isla algún arroyo, alguna fuente, charca, manantial o estanque, algún signo que les revelara dónde o qué bebían los isleños.

-"Sólo bebemos el agua de la lluvia."
-"¿Y cuándo no llegan las lluvias?"
-"Aguardamos."
-"¿Y si siguen sin llegar?"
-"Seguimos aguardando."


Mas recelaron que algún misterio había en aquel vivir sin beber y extremaron sus interrogatorios y fueron más meticulosas las expediciones en pos de encontrar algún manantial de agua viva. sin embargo, nada hallaron. Con una de aquellas expediciones fue a tropezar un día Agarfa, la de esbelto cuerpo y labios de corinto. Y fue a enamorarse de un soldado andaluz que en ella iba y ante quien notó latir con vivo impulso la sangre avivándole el cuerpo como en un estremecimiento. No tardó Agarafa en entregársele. No tardó en descubrirle el secreto de las aguas de El Garoé. Así saciaron su sed los invasores.

La noticia de la traición de Agarfa se propagó como una tormenta de milanos. Erese y Tenesedra, Guarsaguar y los otros buscaron vengarse de quien les había dejado a merced del enemigo. Pero Tincos les contiene. Quiere ser él, por su propia mano, el que castigue la culpa. Los otros acceden, tanta es la cólera y la fiereza del antiguo enamorado de Agarfa. Y mientras recorre la isla para dar con el escondite donde huyó a refugiarse la mujer, Tincos siente que, más que el que haya revelado el secreto de El Garoé, le pena y le quebranta el imaginar los labios y el cuerpo de Agarfa poseídos por los labios y el cuerpo del otro hombre.
En eso pensaba cuando, implacable, clavó su afilado venode en el pecho de Agarfa: en su cuerpo esbelto y en sus labios de corinto. En eso pensaba cuando los guirres volaban por los alrededores de Tigulahe sobre El Garoé presagiando horas aciagas antes de que Armiche y los suyos fueran tomados como esclavos, antes de que las cenizas de Yoñe el agorero fueran apedreadas y se esparcieran en el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario